En el cuerpo de Josefina Sánchez habita un modelo de trabajo que prioriza “ver a un otro”, priorizar las necesidades de la comunidad y no del capital. Por descarte o por coherencia, eso implica poner en jaque el rol de los cuidados, la división sexual del trabajo y una promesa posible de una vida feliz e íntegra.
Es dirigenta, cooperativista, cuidadora y standapera. La sonrisa enorme de Josefina Sánchez no tiene timidez en desplegarse a cada instante. Ella es la actual presidenta de la Cooperativa de Trabajo Soltrecha Limitada, en Resistencia, Chaco.
En los inicios de esa disciplina que nos ayuda a preguntarnos qué hacemos con y en nuestras existencias, Aristóteles decía que el fin último de todo ser humano es hallar la felicidad. Usaba para decirlo una palabra griega un tanto más compleja: eudemonia (eu= bien, y daimon= espíritu). Es decir que ese buen espíritu es felicidad pero también prosperidad, buen vivir, es florecer. La búsqueda de Soltrecha inicia así, desde la ayuda mutua para buscar una forma de vivir mejor, de salir adelante en comunidad, comenta Josefina.
La cooperativa nace del proyecto solidario de la Asociación Trentinos por el Mundo -ATM-. Por eso su nombre: Solidaridad Trento Chaqueña -Sol.Tre.Cha-. La ciudad italiana de Trento tiene una característica semilla: su organización económica y política principal es el cooperativismo. Su historia de efectividad en este modelo productivo y social hace que brinde asesorías y financiamientos para proyectos en todo el mundo. Así llega en pleno 2001 argentino a una experiencia en Resistencia que es hito en ese contexto: las jefas de hogar que salían de sus casas a realizar los trabajos domésticos y de cuidado que sabían hacer para suplir -muchas veces- el desempleo de sus esposos u otros miembros de la familia.
La ATM apuntó a dos poblaciones vulneradas: las mujeres y las personas ancianas. Específicamente, a las mujeres haciendo un servicio remunerado informal de cuidado a los viejos y las viejas. El proyecto de fundación cooperativa de la asociación trentina de Resistencia les dio el marco de trabajo formal. Así, en pleno revuelo social y abandono estatal, se constituyeron como la primera cooperativa de servicios de cuidados de Argentina.
“Vieron la necesidad de asistencia en zonas rurales, en la comunidad de adultos mayores, con condiciones de riesgo. Y vieron la necesidad de las mujeres que estaban muy en inferioridad de condiciones ante la crisis. Así se les ocurre traer el modelo de cooperativa de cuidado, que en Trento ya tenía 20 años de éxito”, relata Josefina.
A la entrada de Soltrecha, en su sala de espera, hay un cuadro en mosaico llamado “Poder femenino”, muestra tres puños cerrados apuntando hacia arriba, signo de lucha reforzado por unas ondas explosivas en tono lila. Josefina empieza con un suspiro largo porque sabe que la idea que dirá a continuación es colectiva y también es explosiva de los moldes actuales: “Para mí cuidar es ver al otro. Ocuparte de un otro. El cuidado es trabajo. Mucho tiempo se asoció con el amor, pero si es así, no es pago. O sos una mala persona si queres cobrar”.
A su vez, resalta que no se puede hacer un trabajo de cuidado sin amor. “Nuestra profesión tiene mucho de amor al prójimo. No vas a poder hacer un trabajo de cuidado si no tenés esa vocación de servicio hacia el otro”.
Cuidar es saberse parte de una comunidad. Es amor y es trabajo, sin que una perspectiva invalide a la otra, sino que la complemente. Hay algo más difícil, sentencia Josefina: el autocuidado. “Es algo que nos cuesta mucho a los cuidadores. La mayoría cuidamos mucho a los demás, pero nos cuesta cuidarnos a nosotros mismos”.
No hay momento, ni revisando una planilla, ni hablando con sus compañeras sobre el menú de almuerzo o hilando conceptos, en que Josefina no contagie entusiasmo. “Por eso es la parejita perfecta”, señala y lo subraya con una fuerte mirada a los ojos, con las manos y con su gran sonrisa. Habla del cuidado y el cooperativismo.
“El cooperativismo apuesta al buen vivir, tiene todos los mismos componentes que el cuidado. Piensa en uno, en el otro, en el ambiente, en la comunidad, en las organizaciones”, afirma.
“También es un servicio que se brinda. Es un 50% de este amor al prójimo y el otro 50% es capacitación. No van uno sin el otro. Podés estar capacitado pero no podés sin empatía, sin esa capacidad de ver al otro -que es también lo cooperativo-”.
“Cuando nosotras -como cuidadoras- entramos, lo hacemos en una etapa vulnerable de la persona”, explica. Por eso es tan importante esa sensibilidad de la profesión, donde se prioriza el bienestar sin juzgamientos morales o individuales.
Esa habilidad de mantener el respeto por el otro, más allá de las situaciones complejas de cada historia, es posible con capacitación constante. “Es lo que te da seguridad en tu profesión y en la gestión de la empresa”, analiza.
LA SEMILLA Y LA RAÍZ
Un 28 de septiembre, en plena primavera, nace en Soltrecha, con cuidadoras asociadas de Chaco y de Santa Fe. Cubrían un amplio territorio de ambas provincias. 3 años después, el grupo se separa y en Reconquista conforma la segunda cooperativa de cuidado a nivel nacional, la Cooperativa de Trabajo Nuevo Horizonte Limitada. “Por eso, siempre decimos que son nuestras hermanitas”, añade Josefina, que va ampliando datos y haciendo memoria con la ayuda de sus compañeras con quienes habla a viva voz de oficina a oficina.
Entre 2008 y 2009, justo en el momento en que Josefina ingresa a la cooperativa, sucede el “segundo nacimiento de Soltrecha, el verdadero”. El proyecto trentino que buscaba superar la visión asistencialista, había caído en esa misma trampa. Con una asistencia técnica, financiera y de gestión dada por la ATM, las asociadas cooperativas no se habían involucrado administrativamente con el funcionamiento de la empresa solidaria. En marzo de 2009, la asociación da por finalizado el proyecto, y por ende la asistencia. Con 5 meses sin ver dinero de Soltrecha, las trabajadoras resistieron y aprendieron de y desde todos los frentes. “Nosotras debimos hacernos cargo y lo hicimos, aunque no nos daban crédito de que íbamos a poder”, afirma la presidenta cooperativa. En ese momento, de una treintena de trabajadoras, quedan solo 6.
“No sabíamos cómo hacer. Todo lo que vos ves acá lo organizamos nosotras desde cero, trabajando y -a contraturno- aprendiendo a gestionar”, indica Josefina. Con su mano, señala en semicírculo su estrecha oficina que abarrota su identidad y sus logros colectivos. Planillas de turnos, libros administrativos, recortes de diarios donde se ven a Josefina y al plantel sonriente de cuidadoras, calcomanías en el termo, frases motivadoras. A su derecha sobre el escritorio, una publicación del investigador especialista de la Universidad 3 de Febrero, Jorge Bragulat. “Un material de consulta al que siempre vuelvo”, señala la dirigenta.
Es desde ahí, entre 2009 y 2018 cuando se consolida la lógica de trabajo de Soltrecha, esa que como dice Josefina hace que “el cooperativismo vaya muy bien con el cuidado”. Es donde el servicio hacia el otro empieza a formalizarse y organizarse desde un marco laboral-legal, donde se empieza a administrar una empresa desde la necesidad de la comunidad y no de acumulación de capital y, especialmente, donde la formación constante permite la efectividad en los pilares anteriores.
“Éramos muy compañeras y nos cubríamos entre nosotras porque nuestra premisa era que la cooperativa salga adelante”, cuenta Josefina sobre estos primeros pasos de autogestión y autoformación.
¿Pero qué es la cooperación en el trabajo, causa o efecto? Silvia Federici en su ensayo Revolución en Punto Cero -Trabajo doméstico, reproducción, y luchas feministas- dice que el marxismo se quedó corto al pensar que la cooperación es un simple efecto de la unión trabajadora frente al capital. Desde este punto de vista, el modelo capitalista contendría y condicionaría la solidaridad entre el pueblo trabajador. Sin embargo el modelo cooperativo -no sólo de derechos, sino de hecho, en la práctica, fuertemente ligado a sus valores y principios- desborda ese factor de análisis. Demuestra en ejemplos concretos como el de Soltrecha que la cooperación entre personas trabajadoras antecede al capital y al mercado.
“Se van y vuelven porque ven la diferencia”, comenta Josefina sobre la experiencia de sus trabajadoras y trabajadores. La diferencia es lo humano en el trato, se trata un salario acorde, pero también de tener en cuenta todas las aristas de una vida. El derecho a que en el trabajo tengan en cuenta las horas dedicadas al ocio, al estudio, a la familia, etcétera. “Es algo digno y aporta a tu calidad de vida”, dice.
En anécdotas que repasa con amorosidad, detalla esas conquistas. Van desde salir de situaciones de violencia sexista, de no tener para comer, hasta poder pagar un alquiler, construir una casa o comprarse su primera pizza.
Soltrecha tiene todavía en su plantel a una socia fundadora trabajando, una mujer que pudo jubilarse por sus aportes en la cooperativa -aunque aún deba trabajar, pues nadie puede vivir hoy con una jubilación mínima-.
La gran mayoría son mujeres adultas de entre 30 a 50 años, pero también guardan un porcentaje formativo para las juventudes. La cooperativa es un espacio de formación profesional para jóvenes cuya capacitación y trabajo solidario son su primera experiencia laboral. “Somos formadores de trabajadores”, enfatiza la presidenta.
“En el trayecto, fuimos tratando de nunca perder la esencia, es muy fácil perderte porque los inconvenientes son muchos”, explica la trabajadora, cuando se trata de mantener un equilibrio entre la productividad laboral y la sororidad entre trabajadoras. “No nos permitimos perder el objetivo, el porqué estamos acá. Esto no es una empresa tradicional. En una empresa, no importas vos y no importa el paciente, o si estas 36 horas de guardia ¿Qué buen cuidado podés prestar a un asistido cuando estás quemado?”, enfatiza. Subraya ese eje común que “el cooperativismo encierra: el respeto por las personas, poder manifestar tus ideas”. Es decir, lo que las une en un inicio es el deseo de trabajar, pero luego que ese trabajo sea decente, que haya un respeto integral por el trabajador y trabajadora, un salario que sea lo más digno posible. Todo eso es también una forma de cuidado.
Como reflexiona la federación chilena Trasol en el libro Levantando Trabajo sin Patrón – cooperativismo y autogestión-: “El trabajo autogestionado y cooperativo (…) también debe cuestionar la división social del trabajo, donde la norma es la separación del trabajo productivo, administrativo e intelectual”.
“El proceso es muy lindo, porque muchas veces ves venir a gente muy rota, y ves cómo crecen, se capacitan, incluso desde lo corporal ya es otra la postura. Que te sientas segura, va a repercutir siempre en tu vida personal”, cuenta.
“La seguridad hace que luego puedas poner límites en otros ámbitos, que quieras seguir estudiando. El impacto es a todo nivel”, expresa. Josefina hace hincapié en esa integralidad desde lo cotidiano. Habla menos desde lo conceptual, y más desde la historia de vida de las personas que pasan por la cooperativa, sea como cuidadoras o como personas cuidadas. “Es que cuando vos sos bien tratado, también tratas bien. Si estas mal tratado, mal pagado, ¿Cómo podés tratar bien?”, se pregunta.
SEMBRAR EL ACTO COOPERATIVO
En 2016, comienza una nueva etapa de enraizamiento cooperativo. Consolidada la estructura de trabajo de Soltrecha, la raíz se vuelve rizoma. Tras una capacitación dictada por la Universidad 3 de Febrero -Untref-, empiezan a conocer otras experiencias de cuidado en Latinoamérica y Argentina.
“Hasta ese momento no conocíamos otra cooperativa, salvo nuestras hermanas de Nuevo Horizonte”, comenta. Desde entonces, empezaron a trabajar en conjunto con otros actores como federaciones, universidades y otras cooperativas para sistematizar información sobre el sector a nivel nacional.
Sale de allí un encuentro físico en la Untref en 2018. En ese evento, se forma la Red Nacional de Cooperativas de Cuidado. Comienza como un “grupo de Whatsapp”, donde intercambian información y van surgiendo propuestas de capacitaciones específicas.
En ese marco, la transición entre la gestión de Cambiemos y Unión por la Patria en el Estado nacional cambia el foco de la agenda estatal. Por ejemplo, el Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social -Inaes- gira a una política de mayor accesibilidad y cercanía con la comunidad. “Empieza a armar mesas interministeriales de diferentes temas como el cuidado”, destaca. Josefina empieza a participar activamente en esa mesa.
“Las cooperativas de cuidados están integradas en un 90%, a veces en un 100% por mujeres”, dice. Por eso la agenda de la red y de la mesa interministerial hablaba de licencias pagas por maternidad o del cuidado de las infancias. “Temas que a veces el cooperativismo se las pasa por arriba, porque todavía sigue siendo un mundo muy machista”, sentencia.
Con un aporte constante y fuerte de la red, con la experiencia exitosa de Soltrecha dentro, en 2022 se presenta el proyecto de ley Cuidar en Igualdad, por un sistema integral de políticas de cuidado. Ley cuya sanción no prosperó en la Legislatura. “El cuidador no está reconocido como trabajador. No existe la actividad registrada, por eso peleamos por ese proyecto de ley”, explica la dirigenta. Las empresas no pueden establecer convenios o tener un seguro de mala praxis para la cooperativa ya que este trabajo de servicio no está catalogado como trabajo de salud. “Y no está nomenclado, porque no está registrado. Es decir, va teniendo un impacto que va mucho más allá”. Josefina corta su interlocución sola, sabe que puede seguir porque es un ámbito que conoce, defiende y respira.
Una de sus compañeras le alcanza la bandeja del almuerzo que comparten de lunes a viernes en sus jornadas de 8 horas, de 9 a 17. La primera fortaleza de esta red raíz es saber que no están solas, que cuentan con los recursos y las experiencias de otros agentes.
Una segunda fortaleza de estas bases enraizadas es reconocer que pueden empujar colectivamente por un reconocimiento común. “Sabemos que el monotributo no es compatible con nuestra actividad. Pero nosotros queremos más derechos con eso que tenemos”, subraya, lo hace chocando sus manos con firmeza. “Queremos tener los derechos, los beneficios, las vacaciones pagas que tienen todos los trabajadores”, agrega.
Existen pactos internacionales a los que Argentina adhirió constitucionalmente que reconocen al cuidado como un derecho que abarca todos los ciclos de la vida. Como muestra de la coyuntura actual, las obras sociales, como PAMI, dejaron de reconocer estos servicios como esenciales. Y no sólo eso, sino que cada vez se ensancha más la brecha salarial entre lo que están dispuestos a pagar por el servicio de cuidado y lo que reconoce Soltrecha como un salario digno.
Aunque el retroceso político es evidente, reconocer el trabajo de cuidado en un sistema formal laboral y como un derecho humano sigue siendo ese horizonte compartido.
Federici, en el mismo libro mencionado ya vaticina que la omisión de la agenda pública del cuidado en las infancias y la vejez, deja a la humanidad expuesta a que las poblaciones “no productivas” para el mercado puedan ser vistas como vidas “descartables”, “gastos” para un Estado y un sistema enfocado en la acumulación de dinero y la explotación. Una idea muy vigente en la narrativa liberal y libertaria que se fue construyendo hace unos años en el país.
Una confirmación lo dan los últimos datos de La Cocina de los Cuidados. Este espacio intersectorial está conformado por organizaciones y especialistas, organizaciones sociales y de derechos humanos, sindicatos, iglesias, instituciones académicas, legisladoras de distintas fuerzas políticas, entre otros. Esta mesa señala un panorama de lo que estas políticas basadas en valores financieros, crueles e individualistas hacen. Un modelo que excluye a esas poblaciones consideradas “no productivas”; entendiendo además que el sector productivo está cada vez más acotado, agotado y fragmentado.
En el resumen ejecutivo del análisis, se revela que en 18 meses de un gobierno neoliberal con un plan económico de desregulación solo queda el 8% de las políticas públicas de cuidado. A su vez, las personas mayores “deben elegir entre comer o medicarse”, las cuidadoras comunitarias tienen menos recursos frente a mayor demanda y las políticas dirigidas a las infancias si bien se mantienen, redujeron la calidad en cuánto a su socialización, “se vuelve a una crianza obligada y solitaria”, indica el informe.
Ante esto, Josefina y Soltrecha responden: “Siempre tenemos las puertas abiertas, porque a nosotras nos costó mucho pero porque no teníamos hacia dónde mirar”.
“Un equipo de gestión no puede perder nunca la observación hacia los demás”, destaca la cuidadora. Permanentemente advierten cómo estos conflictos personales se entremezclan con la realidad económica y social. Ante ello, sin perder su eje, como repite Josefina, ejecutan propuestas para el bienestar de las trabajadoras.
“Nosotras estamos trabajando con la enfermedad y con la muerte. Eso lleva mucho de uno”, asegura. Por eso, en este contexto de crisis, habla de salud mental. Josefina comenta que al advertir cómo afecta este punto, primero fueron armando precariamente rondas de contención y de escucha entre el personal asociado. “No teníamos para pagar una profesional, ahora sí contamos con una psicóloga que nos aporta individual y grupalmente”.
LA FLOR Y LOS FRUTOS
Soltrecha atiende a más de 50 personas en simultáneo, en su mayoría ancianas o con alguna enfermedad o discapacidad que requiera atención permanente. Han tenido topes de 70 personas atendidas, aún sufren la ”fuga de cuidados” y el pasaje a segundo plano de la atención que dejó la crisis de la pandemia por coronavirus.
Son más de 120 personas asociadas y trabajando activamente en la cooperativa, entre cuidadoras, profesionales, técnicos y administrativos. Aunque el 90% son cuidadoras y mujeres.
En agosto, inauguran la guardería, que está pensada para los hijos e hijas de las asociadas primeramente, y que contará con matrícula abierta para la comunidad. “Todas fuimos madres cuando ingresamos a la cooperativa”, dice la cooperativista y relata las adversidades en primera persona de problemáticas que, generalmente, no son visibilizadas como tales. Mujeres que no tienen dónde dejar a sus hijos pequeños mientras trabajan, o que los terminan dejando con personas inadecuadas, casos de abusos o incluso responsabilidades legales por dejar a los niños en casa. El juzgamiento moral y penal está puesto siempre sobre la figura de la madre.
La apertura del proyecto será este 22 de agosto. Por cuestiones de costo, se abrirá la primera etapa -la más urgente- que está dirigida al cuidado de las niñeces desde los 45 días hasta los 6 años. Pero el proyecto es más ambicioso: buscar cubrir también de 6 a 12 años y de 13 a 18, “porque que un adolescente que esté mucho tiempo solo en la casa tampoco es bueno”, indica Josefina. Tendrán actividades recreativas y apoyo escolar. “Que estén contenidos mientras sus mamás y papás trabajan”, explica.
“Es la primera vez que la cooperativa se endeuda. Así de importante es para nosotras concretar este proyecto”; cuenta la dirigenta. A pesar de que la idea se gestó con los aportes de la red, con un primer subsidio productivo otorgado por el exMinisterio de las Mujeres y Géneros de la Nación, y la Incubadora de los Cuidados del Inaes, Soltrecha tuvo que salir a pedir préstamos y créditos por la estrepitosa suba los precios de costo. La apertura de un espacio pensado desde las necesidades de sus trabajadoras y para las infancias es su logro más ansiado. Y es para el territorio la confirmación de que la lógica de la ayuda mutua también es sustentable.
En las últimas décadas, la red pudo contabilizar al menos 50 cooperativas de cuidado en Argentina. Un crecimiento que busca sostenerse, a pesar de los embates oficiales.
“Nosotras estamos acá primero porque queremos trabajar y segundo, porque queremos vivir mejor. Mejor para nosotros y para los demás. Esto es una forma de vida. Vos no sos solidaria en la cooperativa y luego en tu casa no”.
Sentada en su escritorio, Josefina cierra el libro de Bragulat, Las Cooperativas Sociales en la Prestación de Servicios Asistenciales. Toma la bandejita con el almuerzo, que luego irá a compartir con sus compañeras.
Sobre sus hombros hay otro cuadro con técnica de mosaiquismo, se alcanza a ver la firma: “Josefina Sánchez”. También hace artes plásticas y danzas latinas, es referenta de otros espacios cooperativos y organiza cenas con sus compañeras de trabajo. “Eso y todo lo que a una la haga feliz”, sentencia, regalando otra de sus sonoras carcajadas. Eudemonia. Hacer florecer día a día un buen vivir, donde no esté permitido dejar de ver al otro.